Este año se celebra la 66ª versión del Festival de Cannes, es decir que ya es una señora mayor que nació años después de acabar la II Guerra Mundial. Para muchos es el festival de clase A más grande del mundo, para otros el más hollywodense de les festivales europeos (los grandes estudios se gastan más de $us 10 millones en publicidad solo en esos días, como ahora El gran Gatsby, de Baz Luhrmann, autor de la discutida Romeo + Julieta, que, dicen las malas lenguas, no supera a la versión del 74 guionizada por Francis Ford Copolla).
Dicen que es el más glamoroso de los festivales, eso significa que es el evento donde más periodistas y paparazzi de revistas de chismes y sociales asisten, pero, a pesar de que fue y será verdad, también es el festival en que más críticos y periodistas especializados asisten. Algunos años atrás fue el ‘pret-a-porter’ del cine, para otros es una fábrica de profetas del cine (como el mismo Kieslowsky confesó a su amigo Dward Zwebriwskim).
Para algunos radicales es solo el videoclub más grande de cada año; para tener una idea hay más de 10.000 acreditados y la función principal solo admite a casi 2.000 personas, es decir el resto se contenta con otros pases y otras películas, y en el mercado hay miles de películas de todo tipo, al que muchos compradores asisten apenas unos minutos o se llevan el DVDa casa.
Películas casi para todos los gustos, porque hace unos años los echaron a los productores del cine para adultos y su circo, que competía en extravagancia con estrellas invitadas.
En estos últimos años Cannes, como casi todos los festivales, ha empezado a mudar sus estructuras para sobrevivir a los tiempos de cambio y crisis del cine.
Ha abierto nuevas secciones para buscar talentos jóvenes, secciones de trabajos inacabados, y describir “joyas medias”, aceptaron como interlocutores a la tele y al internet, dicen que el punto de giro lo marcó la palma a una película filipina dirigida por Brillante Mendoza hace un par de años.
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