jueves, 18 de abril de 2013

Blancanieves Esta película le granjeó cuatro premios Goya



En dos ocasiones recientes el cine se ha volcado a buscar en su propio pasado la inspiración para un presente poco propicio para los riesgos e innovaciones creativas. En el panorama impera, más bien, el convencionalismo así asome en muchas ocasiones empachado de malabares técnicos y fascinado por el artificio visual.

La primera fue la oscarizada producción francesa El artista (2011) escrita y dirigida por Michel Hazanavicius, que recrea las rispideces del momento cuando la introducción masiva del cine sonoro dejó en curva a buen parte de los realizadores e intérpretes de la época silente. La segunda es Blancanieves, arriesgada apuesta del español Pablo Berger que se aventura a una doble recreación para transgredir todos los cánones estético-narrativos en boga: la del cuento clásico de los hermanos Grimm y, una vez más, del cine de las primeras décadas del siglo pasado, cuando la imagen sola corría a cargo del relato, con la modestísima ayuda de los intertítulos y con el apoyo del acompañamiento musical.

Berger (Bilbao, 1963) es una figura atípica en el panorama del cine de su país. En 1988 dirigió Mamá, su primer cortometraje. La elogiosa recepción de la crítica, que de manera unánime tildó a la realización como uno de los debuts más promisorios, facilitó a Berger el acceso a una beca para estudiar cine en la New York University. Después del doctorado, ejerció como profesor de dirección en la New York Film Academy (NYFA). A partir de entonces comenzó una carrera paralela como publicista y realizador de videoclips, que culminó en 2003 con el rodaje de su opera prima Torremolinos 73.

Esta película le granjeó cuatro premios Goya —incluyendo “mejor director novel” y “mejor guión original”— y una nueva catarata de elogios. La crítica valoró el rigor del tratamiento de la historia de un típico matrimonio de clase media (vendedor a domicilio de enciclopedias él, peluquera ella) cuyas apreturas económicas intentan ser salvadas produciendo películas pornográficas caseras destinadas el mercado nórdico.

Diez años más tarde —lo cual prueba que Berger se toma todo el tiempo del mundo para escribir, planificar y finalmente dirigir sus películas—, Blancanieves provocó otro revuelo debido al sorprendente atrevimiento de una producción atípica en todos los sentidos.

Llegar a las pantallas después de El artista podía haberse convertido en un hándicap, puesto que no faltaría quien imaginara que se trataba de una imitación oportunista. Muy rápido empero queda claro que no hay nada de eso. Si la producción francesa deslumbraba sobre todo por la excelencia técnica para revivir el estilo de las películas de ayer, Blancanieves empata en el rubro y saca amplia ventaja en la originalidad de un guión que, a diferencia de la otra, no apuesta todas las fichas a la pulcritud en la reconstitución de los procedimientos formales de la época silente. Trabaja a fondo, más bien, la fusión entre las líneas básicas del cuento clásico original y el contexto de la sociedad española de los años 20, que el argumento desmenuza con cargada ironía.

Esto no significa, sin embargo, que lo visual no exhiba una “fidelidad” fuera de discusión y muy solvente a las maneras de encuadrar, de fotografiar y de articular el paso de una escena a la siguiente y a las modalidades narrativas y de articulación espacio-temporal propias de la edad de oro del cine silente. El aporte de la banda sonora a esa minuciosidad histórica es asimismo notable, puntuando con precisión cada momento de acuerdo con su alcance emotivo, o bien estableciendo una suerte de contrapunto del que se beneficia la consistencia de la propuesta.TRAGEDIA. España, años 20 entonces. El torero más idolatrado, Antonio Villalta, y la más querida de las cantaoras, Carmen de Triana, han tenido una hija, Carmencita. La feliz vida familiar se ve alterada por un toro que renuncia a ser la víctima de la “fiesta nacional”, dejando inválido a Antonio. Es el principio de una acumulación de tragedias aprovechadas por Encarna, la bruja de ocasión, resuelta a quedarse con la fortuna de Antonio, cebándose en maldades sucesivas y sin fin con la niña.

El cine silente demandaba una dosis de sobreactuación gestual para compensar la ausencia de la palabra pero también aprovechaba a cabalidad el recurso al primer plano para encontrar en los rostros ese mismo plus de expresividad. No por nada Balasz, uno de los teóricos esenciales de entonces, creyó que en las facciones del individuo podía encontrarse algo parecido a la microfisonomía del alma. Estas lecciones son perfectamente asimiladas por Berger, quien consigue investir a la madrastra (excelente Maribel Verdú) desde su primera aparición del rol de la mala irredimible, operación imprescindible a su vez para galvanizar el antagonismo dramático con la dulce, desvalida, pero a fin de cuentas empeñosa Blancanieves.

Es fascinante el ir y venir entre los arquetipos propios de la crueldad y desesperanza del cuento —no hay aquí una sola gota de sacarina a lo Walt Disney— con los estereotipos de la españolidad for export pasada por el tamiz del sarcasmo y la exacerbación del típico contencioso dramático buenos versus malos. Todo ello está envuelto en una estética expresionista de acentuados contrastes y montado con el ritmo justo para cada momento. Esto hace de Blancanieves un feliz viaje, no obstante su trágico final, hacia los orígenes de la imagen y del cine puro, desvestido de los afeites añadidos por imperio de las sumas y restas de los mercaderes del show bussines.

Tal vez el único aspecto observable —ajeno a la película en sí— sea esa especie de celebración del brutal y definitivamente anacrónico entretenimiento masivo que es la mal denominada “fiesta taurina”. Berger tiene la delicadeza, en todo caso, de no regodearse en el sufrimiento de los bichos. El acento de su película está desplazado, más bien, hacia una suerte de gótico taurino que homenajea, sin necesidad de citas ni muletillas para entendidos, a Murnau, a los vanguardistas soviéticos, a Dreyer y hasta al Buñuel de los inicios.

Ficha técnica

Título original: Blancanieves. Dirección: Pablo Berger. Guión: Pablo Berger. Fotografía: Kiko de la Rica. Montaje: Fernando Franco. Producción: Pablo Berger, Jeremy Burdek, Ibon Cormenzana, Nadia Khamlichi. Intérpretes: Maribel Verdú, Daniel Giménez Cacho, Ángela Molina, Pere Ponce, Macarena García, Sofía Oria, Josep María Pou, Inma Cuesta. España /2012.

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