lunes, 9 de marzo de 2015

IDA, Oscar a mejor cinta en habla no inglesa



Casi 30 años después de la caída del Muro de Berlín, occidente demostró un gran interés por conocer la cultura soviética. Las vanguardias fueron redescubiertas e incorporadas a los sistemas del mercado. Como país de la órbita socialista en la década del 60, Polonia tiene una historia escrita entre contradicciones y crímenes: un país testigo y sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial y del stalinismo. Es una nación desbordada por su tradición artística y heredera de un estilo cinematográfico narrativo y estético. La combinación de todos estos elementos —además del retorno de Pawel Pawilowski a su país para filmar su primera película polaca— brindan a Ida todo un contexto extraordinario para el desarrollo de su historia.

Hay desde el principio en Ida una intención de restaurar las formas de cómo se pudo haber visto una cinta en 1961, desde el formato que utiliza, un 4:3 en blanco y negro que exige una fotografía extraordinaria, cuestión resuelta con maestría. Además existe una intención narrativa precisa de mostrar soledades con planos fijos, en los que el cuadro se compone de manera peculiar, dejando por encima de los personajes espacios vacíos de una forma muy poco ortodoxa, la cual interpela sobre la dimensión de un sistema que está siempre por encima de los seres humanos, esta forma de composición del cuadro provoca una reflexión sobre el posible encierro en un aparente régimen de libertades.

Pero Ida es también primeros planos de las protagonistas. Ana, la sobrina monja que retorna a casa para conocer a su único familiar vivo, su tía Wanda, sobreviviente de las mil batallas de una época oscura, miembro del partido y defensora de los intereses del pueblo. La cámara las interpela y, de este mismo modo, nos cuestiona. La pantalla provoca y evoca.

Pistas

Dziga Vértov

Dentro del futurismo ruso, Maiakovski es uno de los representantes más internacionalizados. Sin embargo, el realizador polaco Dziga Vértov es una figura imprescindible para comprender toda una época de la cinematografía europea. Su cinta El hombre de la cámara (1929) representa un hito en la forma de pensar desde una manera marxista las relaciones sociales mediante el montaje. Junto con Berlín, sinfonía de una gran ciudad (Ruttmann, 1927) y Lluvia (Ivens, 1929), son obras que se consideran “las sinfonías de las grandes ciudades”.

‘La religiosa’

Pauline Etienne interpreta a Suzane en la película de Guillaume Nicloux. Esta adaptación de la novela de Denis Diderot, ubicada en el siglo XVIII, narra la historia de un convento de claustro, representando este espacio la institucionalidad de un sistema opresivo contra la mujer, y como respaldo de la estructura familiar que evita complicaciones con la entrega de una hija al servicio de Dios. El filme es una historia que actualiza la represión en nombre de la fe cristiana. De sorprendente actualidad, reflexiona sobre el pasado desde el presente.

‘La Internacional’

El himno de la Internacional Comunista ha sido incorporado en múltiples producciones, desde noticieros soviéticos con afán propagandístico hasta cintas estadounidenses con intenciones destinadas a desvirtuar la Revolución Rusa y el comunismo en general. En Ida, la Internacional no es solo una más de las piezas musicales de la banda sonora, es también un réquiem para una personalidad del partido, es la despedida. Pero su inserción es también la música de fondo de la decadencia. “Agrupémonos todos / en la lucha final.”

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