jueves, 14 de febrero de 2013

Tabú LA película del portugués Miguel Gomes recibió dos premios en la Berlinale

Dirigida por el portugués Miguel Gomes y protagonizada por tres carismáticas actrices como Ana Moreira, Teresa Madruga y Laura Soveral, Tabú es una inolvidable historia de amor que tendrá consecuencias dramáticas a lo largo del tiempo. No es gratuito que el título de la película evoque aquella exótica cinta que Friedrich Willhem Murnau dirigiera en 1931, Tabu: A Story of the South Seas, que se convirtiera fatalmente en la última del director de Nosferatu. Aunque también recuerda a Ikiru (Vivir) la película prodigiosamente existencialista que estrenaba Akira Kurosawa en 1952. Son precisamente esos dos elementos, el tiempo y el recuerdo, los dos pilares sobre los cuales está construido un relato que se divide en dos grandes partes: una gira en torno a la muerte y la otra tiene en el amor su centro neurálgico. Dos partes que no funcionan de manera independiente, sino complementaria. La primera parte transcurre en un presente en blanco y negro en el que se escuchan las voces y sonidos reales. Una primera parte crepuscular en la que conocemos a Aurora, pero siempre desde el punto de vista de Pilar (Teresa Madruga), su vecina. Igual que ésta, no llegaremos a comprender lo que se esconde detrás del comportamiento de Aurora (Laura Soveral), ni las razones por las que su hija se niega a prestarle la ayuda y atención que demanda. Igualmente en blanco y negro, pero narrada siempre a través de una voice over, la de Ventura (Henrique Espírito Santo), será en la segunda parte cuando se nos presente a Aurora (Ana Moreira) joven, en un entorno muy distinto, en África, donde conoció el amor. Sólo en esta parte lograremos interpretar, que no entender realmente, las claves de ese presente que se dibuja pretérito a medida que avanza el relato. Lo fascinante de este segundo relato es que forma parte de la memoria de Ventura. Al estar contado desde su punto de vista, Gomes opta por un estilo preciso que tiene como objetivo simular la memoria. Por eso sólo se escuchan los sonidos y permanecen ausentes las voces y diálogos de los personajes. Al menos es una interpretación. De hecho, una curiosa conexión se produce entre una parte y la otra. La misma canción que emociona a Pilar mientras la escucha en la banda sonora de una película que ve en un cine es la que suena en uno de los momentos culminantes de la segunda parte. La emoción que envuelve a Pilar es exactamente la misma que embriaga a Aurora, la misma que, con toda probabilidad, abruma al espectador. La extraordinaria fotografía de Rui Poças contribuye igualmente a crear la diferencia visual entre ambas partes, porque es fría y directa la primera, pero difusa y mucho más cálida la segunda. Pero son sobre todo las magníficas interpretaciones de las tres actrices protagonistas las que terminan de seducir al espectador. Teresa Madruga aporta esa característica terrenal de su personaje, con el que se identifica el espectador que, al igual que ella, se hará una idea de Aurora en la primera parte, para entenderlo todo en la segunda. Y si Ana Moreira es capaz de transmitir toda la sensualidad y volubilidad del personaje en su juventud, Laura Soveral consigue conmover al espectador con el tormento y la agonía existencial del personaje en su madurez. Pero Tabú es además una reflexión metacinematográfica. La que lleva a Miguel Gomes a comparar el cine con la memoria. Como si una película fuera el recuerdo de aquellos que la crearon, de su director, su guionista o de sus intérpretes. Al fin y al cabo, todos ellos, sus ideas, el relato, la luz, los sonidos, las emociones quedan atrapadas en una película que perdura a lo largo del tiempo, transmitiendo sus sentimientos de generación en generación (Extracine).

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